Nadie está de acuerdo conmigo. A cualquiera que se lo digo, independientemente de su tendencia política, le parece una barbaridad. Y no lo es. De hecho, cada vez estoy más convencido de que ganar la Guerra de la Inependencia a los franceses fue un inmenso error. No debériamos habernos independizado de los franceses. España francesa. Ah, la de problemas que nos hubiésemos ahorrado y la de beneficios que hubiéramos ganado.
Si los franceses se hubieran quedado aquí, para empezar, habríamos dejado la Educación en manos del Estado (francés), en lugar de que continuara en manos de la Iglesia (como ha sucedido hasta hace bien poco). Tal vez así, no seríamos ese intratable pueblo de cabreros que aún seguimos siendo. Cabreros con un Audi en la puerta, pero cabreros.
Y a partir de ahí, todo lo demás: el Código Civil se habría promulgado y aplicado 70 años antes de lo que se hizo, no nos hubiéramos quedado fuera de la escena internacional tras el Congreso de Viena, etc. En fin, que España sería parte de Francia, un país civilizado.
Pero lo que más me gusta de esta idea es que formaríamos parte de una estado verdaderamente (¡desacomplejadamente!) centralista. Con lo que, además, nos cargamos a los nazionalistas y a los madrileñistas. Por eso la idea molesta tanto a unos y a otros: los catalanistas, por ejemplo, se tendrían que pelear con París. Bueno, de hecho, no existirían los catalanistas (y, si me apuran, el catalán). Y no existirían porque habría un Estado centralista que colmaría razonablemente las necesidades de sus súbditos. ¿Que España es un país centralista? Id a Francia y sabréis qué es un páis centralista.
Como digo, ser Francia también nos ahorraría el madrileñismo, que es tan insoportable y dañino como el nazionalismo.
La oposición a mi idea es transversal: independentistas y españolistas, izquierdosos y derechosos, catalanes y andaluces. Por un motivo u otro, nadie quiere ser Francia (curiosamente, todos los opositores a mi propuesta comparten como motivo un odio irracional -atávico- a los franceses). En fin, pobres ellos (¡mamelucos!): cuando mi idea pase a ser un plan y éste se cumpla, pasarán por la guillotina. Mientras ruedan sus cabezas, yo me zamparé un entrecot.
Si los franceses se hubieran quedado aquí, para empezar, habríamos dejado la Educación en manos del Estado (francés), en lugar de que continuara en manos de la Iglesia (como ha sucedido hasta hace bien poco). Tal vez así, no seríamos ese intratable pueblo de cabreros que aún seguimos siendo. Cabreros con un Audi en la puerta, pero cabreros.
Y a partir de ahí, todo lo demás: el Código Civil se habría promulgado y aplicado 70 años antes de lo que se hizo, no nos hubiéramos quedado fuera de la escena internacional tras el Congreso de Viena, etc. En fin, que España sería parte de Francia, un país civilizado.
Pero lo que más me gusta de esta idea es que formaríamos parte de una estado verdaderamente (¡desacomplejadamente!) centralista. Con lo que, además, nos cargamos a los nazionalistas y a los madrileñistas. Por eso la idea molesta tanto a unos y a otros: los catalanistas, por ejemplo, se tendrían que pelear con París. Bueno, de hecho, no existirían los catalanistas (y, si me apuran, el catalán). Y no existirían porque habría un Estado centralista que colmaría razonablemente las necesidades de sus súbditos. ¿Que España es un país centralista? Id a Francia y sabréis qué es un páis centralista.
Como digo, ser Francia también nos ahorraría el madrileñismo, que es tan insoportable y dañino como el nazionalismo.
La oposición a mi idea es transversal: independentistas y españolistas, izquierdosos y derechosos, catalanes y andaluces. Por un motivo u otro, nadie quiere ser Francia (curiosamente, todos los opositores a mi propuesta comparten como motivo un odio irracional -atávico- a los franceses). En fin, pobres ellos (¡mamelucos!): cuando mi idea pase a ser un plan y éste se cumpla, pasarán por la guillotina. Mientras ruedan sus cabezas, yo me zamparé un entrecot.
Los cabreros y su audi: hagan clic en la foto.