Mucho se ha escrito pero poco se sabe, en verdad, de Francesc Pujols, poeta y filósofo catalán, que debe su relativa celebridad a la Penya del Ateneu Barcelonés, tertulia por la que pasaron significados intelectuales catalanes de principios del siglo XX. El pensamiento de Pujols es poco conocido, por no haber sido publicado, y su fama se debe más a sus anécdotas y máximas que a sus libros. Lo más exacto se encuentra, seguramente, en la biografía que Pla escribió de él, en la que lo retrata como un agudo pensador y, sobretodo, gran conversador.
Se suele identificar a Francesc Pujols con cierto anarquismo catalanista. Catalanista lo era, pero, como dice Pla, Pujols era en esencia un conservador.
Precisamente, Pla da cuenta en su biografía de una reveladora conversación entre Pujols y el president Companys. La escena tuvo lugar en mayo de 1936, a raíz de los trámites para la aprobación de la ley catalana que debía regular la rabassa morta (una especie de alquiler de tierra para el cultivo de viña). Pujols había confeccionado un dictamen al respecto y del mismo quiso hablar con Companys. El diálogo, presenciado por Pla, es el siguiente (y traduzco del catalán):
“–Es un documento indispensable... pero tiene un pequeño defecto: es demasiado jurídico. Es tal vez este el punto que Vd. descuida. El momento actual no es jurídico, es político y concretamente revolucionario. Es esto lo que debería de ver. Todo lo demás es secundario.
–¿Me permite un momento? –contestó Pujols, desapasionado, hablando lentamente– ¿Cree Vd. que el momento es revolucionario? Muy bien. Lo acepto. ¿Sería posible, no obstante, darle un consejo?
–Encantado…–dijo el Presidente con una sonrisa.
–¿Quiere dar curso a la revolución? Magnífico. No seré yo quien me oponga. Si considera que el momento es revolucionario, he de suponer que piensa consolidar la revolución. Ahora bien: para consolidar una revolución sólo hay un camino: evitar la contrarrevolución. ¿He pensado en ello? Y el consejo que yo me atrevería a darle es este: piense en ello, no se descuide! Todo esto que digo es vulgarísimo y es la historia misma de los países de nuestra cultura y de nuestra manera de vivir. La política, como todas las cosas de la vida, actúa por la ley de la acción y de la reacción. Cuanto más fuerte es una acción, más peligrosa y considerable es la acción contraria…
–La contrarrevolución no es nada… nuestra fuerza es inmensa.
–La contrarrevolución está a la vista. Sólo hay que tener ojos en la cara para verlo. Es, además, ineluctable…
–¿Ineluctable? ¿Y por qué?
–Porque cualquier ataque a la pasión de la propiedad ha producido en los países romanizados reacciones terribles.
–Lo que Vd. diga… –dijo el presidente en un tono ligeramente irónico alzándose de la silla. Y mientras alcanzábamos la puerta–: Hemos de ir a cenar. No podemos hacer esperar a estos amigos. Véngame a ver cualquier día.
La cena fue muy agradable, efusiva, ruidosa y optimista. Cuando llegamos a Barcelona hacía mucho rato que el sol había salido. En el viaje de regreso, Pujols me dijo:
–Ha sido como si viera aquel terrible cuadro de Breughel llamado Los ciegos…”.