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Qué mal nos caía Fignon, cómo lo odiábamos. Y lo que nos reímos en el 89, cuando perdió el Tour por ocho segundos: preferimos al cretino yankee antes que al gabacho maleducado.
Pero nos equivocábamos. Fignon era el bueno: chulo, rebelde y con clase, como acostumbran a ser los héroes.
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