Las clásicas, a la mujer amada:
“A Miriam, a quien este libro debe mucho más de lo que parece” (Guillermo Cabrera Infante, Tres tristes tigres)
“A Sara: mira, mi vida” (Fernando Savater, Mira por dónde)
“Para Elvira, que tenía tantas ganas de leer este libro” (Antonio Muñoz Molina, Plenilunio)
A los amigos:
“A Miguel y a Dámaso, amigos míos” (Francisco Umbral, El giocondo)
“Para Jack Dunphy y Harper Lee, con cariño y gratitud” (Truman Capote, A sangre fría)
Y a los enemigos:
“Dedico esta edición a mis enemigos, que tanto me han ayudado en mi carrera” (Camilo José Cela, La familia de Pascual Duarte)
Generalistas:
“A todas las Virginias” (Patricia Highsmith, Extraños en un tren)
“A Valladolid, mi ciudad” (Miguel Delibes, El hereje)
Patéticas:
“A Ziggy” (Ray Loriga, Héroes)
Líricas:
“A Vik Lovell, que después de haberme dicho que los dragones no existían me condujo a su guarida” (Ken Kesey, Alguien voló sobre el nido de cuco)
Misteriosas:
“A Bob Berger, por motivos que no es necesario explicar aquí y a Bob Dylan por Mister Tambourine Man” (Hunter S. Thompson, Miedo y asco en Las Vegas)
Y brutales:
“A los mozos del reemplazo del 37, todos perdedores de algo: de la vida, de la libertad, de la ilusión, de la esperanza, de la decencia. Y no a los aventureros foráneos, fascistas y marxistas, que se hartaron de matar españoles como conejos y a quien nadie había dado vela en nuestro propio entierro” (Camilo José Cela, San Camilo 1936)
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