Vi el otro día un reportaje en el Canal 33 sobre la homeopatía (ese timo), que, pese algunas debilidades y concesiones a los estafadores, dejaba las cosas bastante claras. Está muy bien el resumen del asunto que hace uno de los intervinientes:
La homeopatía funciona en tres casos:
* En enfermedades inexistentes * En enfermedades que se curan solas * Y en enfermedades que reaccionan bien al efecto placebo
Todos hablan de él. Es joven, tiene talento y no está calvo (aún). Tras la publicación de Irse a Madrid, le han entrevistado en El cultural de ABC y Elvira Lindo le ha dedicado una columna en El País. (Él ya sabe que no saldrá en La Vanguardia porque (1) es madridista y (2) escribe mejor que Quim Monzó). El caso es que este tío está de moda, es un hype: creo que incluso es trending topic. Casi todos los artículos publicados ahora en Irse a Madrid los había leído yo en su blog, así que para mí ha sido una especie de placentera relectura. Y no hay que olvidar que los intelectuales aprovechamos el verano para releer a los clásicos.
Confieso que practico un boicot sordo, constante e inútil a Telecinco, al cine español, a Eroski, a Intereconomía, a la Generalitat, a los productos ecológicos, a la cerveza sin alcohol, a la Fórmula 1, a Giorgie Dann, a los anuncios de Estrella, a Björk, al whisky con Cocacola, al carpaccio, al melón y a China.
El otro día, en la incomodísima butaca del avión, dándole vueltas al asunto, me di cuenta: todo esto, como explica Primo Levi (él en referencia a la época nazi, yo al trato que se dispensa en aviones y aeropuertos) es violencia inútil. En el capítulo 5 de Los Hundidos y los salvados lo explica:
"Ahora bien, yo creo que los doce años hitlerianos han compartido su violencia con muchos otros especios-tiempos de la historia, pero se han caracterizado por una generalizada violencia inútil, que ha sido un fin en sí mismo, que ha estado dirigida exclusivamente a causar dolor; a veces con un propósito determinado pero siempre redundante, fuera de toda proporción del propósito mismo".
Exactamente lo mismo que el sistema aereoportuario.
Levi menciona varios ejemplos de esta violencia inútil:
"Las autoridades alemanas, para un viaje que podía durar dos semanas (el caso de los judíos deportados de Salónica) no propocionaba literalmente nada: ni víveres, ni agua, ni esteras o paja para colocar sobre el suelo de madera, ni recipientes para las necesidades corporales, y ni siquiera se preocupaban de advertir a las autoridades locales o a los dirigentes (cuando existían) de los campos de concentración que proveyesen algunos de dichos elementos. Un aviso no les habría costado nada: pero precisamente esa negligencia sistemática se resolvía con una crueldad inútil, con una deliberdad creación de dolor que era un fin en sí misma".
"...la ofensa al pudor representaba, por lo menos al principio, una parte importante del conjunto de los sufrimientos. No era fácil ni era indoloro habituarse a la enorme letrina colectiva, a los horarios escasos y obligatorios, a la presencia, delante de uno, del aspirante a la sucesión: de pie, impaciente, a veces suplicando, otras prepotente, insistiendo cada diez segundos : Hast du gemacht? (¿Todavia no has terminado?). Pero pocas semanas más tarde la incomodidad se había atenuado hasta desaparecer; se arraigaba (aunque no para todos!) la costumbre, lo cual es una manera caritativa de decir que la transformación de los seres humanos en animales iba por buen camino.
No creo que esta tranformación hubiese sido planificada ni formulada claramente en ningún nivel de la jerarquía fascista... Era la consecuencia lógica del sistema: un régimen inhumano difunde y extiende su inhumanidad en todas direcciones y especialmente hacia abajo; a menos que haya resistencias o temperamentos excepcionales, corrompe tanto a las víctimas como a sus victimarios. La crueldad innecesaria del pudor violado condicionaba la existencia de todos los Lager."
"Semejante al apremio de los excrementos era el apremio de la desnudez. Al Lager se entraba desnudo; incluso más que desnudo, privado no sólo de los vestidos y de los zapatos (que eran confiscados) sino también del cabello de todo vello. Lo mismo se hace, o se hacía, el entrar en un cuartel, es cierto, pero aquí el afeitado era total y semanal, y la desuduez pública y colectiva era una cosas repetida, característica y llena de significado. Era también una violencia con algunos visos de necesidad (está claro que hay que desnudarse para ducharse o para las revisiones médicas) pero ofensiva por su repetición inútil."
Levi cita más vejaciones, claro: el acto de pasar lista cuando llovía o nevaba y el frio era intenso ("duraba por lo menos una hora, per podía ser dos o tres si la cuenta no salía; ya hasta veinticuatro horas o más si había sospecha de evasión"), el orden maníaco (los castigos públicos y feroces por hacerse mal la cama), el tatuaje (el número de matrícula no sólo se cosía en la ropa sino que se tatuaba en el antebrazo izquierdo), etc.
La conclusión es evidente: "Todo induce a pensar que, bajo el Tercer Reich, la mejor elección, la elección impuesta desde arriba, era la que llevaba consigo la mayor aflicción, las maxima carga de sufrimiento físico y moral. El enemigo no sólo debía morir sino morir en el tormento".
La crítica musical, siempre tan moderna, picajosa y pedante, ha despreciado sistemáticamente a Pink Floyd. Sobretodo a los Pink Floyd post-Barrett (o, lo que es lo mismo, a los Pink Floyd de Roger Waters). El Rock de Lux, por ejemplo, nunca ha puesto al Dark side of the moon en ninguna de sus famosas listas. Si ha tenido (casi por obligación) que incluir algo de ellos, ha sido siempre alguno de los discos de Syd Barrett. El asunto aquí es la legendaria incapacidad de la crítica para dejarse llevar, para observar las cosas con cierta naturalidad. Porque, evidentemente, a Pink Floyd hay que tomárselos con candor. Ya sabemos que el presunto mensaje de The Wall es infantil. Pero, a día de hoy, ¿quién se lo toma en serio? Es más, ¿a quién le importa? Al concierto de Waters había que ir a disfrutar ingenuamente, sin pretensiones, con una actitud precisamente infantil. Desde este punto de vista el concierto resultó apabullante. Al crítico de turno, en realidad, la da rabia reconocer que los músicos eran buenísimos, que los efectos visuales y de sonido fueron impresionantes, que canciones como Mother o Comfortablynumb son pelotazos indiscutibles, que nadie echó a faltar a Gilmour, y que, en definitiva, se lo pasó pipa.
Es definitivo. Nuestro honorable Pujol, después de cabalgar millas y millas agarrado agónicamente a las riendas del caballo, se ha caído del jaco y ha visto la poderosa luz del independentismo desacomplejado (¡por fin!). Tras esta violenta y no menos previsible caída, Pujol ha reflexionado unos segundos y, con el pelazo ya suelto, ha dicho que si se finiquita la inmersión lingüísitica estaremos ante un casus belli.
Jolín, qué nervios. Ya estoy viendo al honorable Jordi, como un pequeño Churchill, convocando a la nación para la larga batalla de sangre, sudor y lágrimas que nos espera. El problema es que el único ejército que existe en Cataluña va por la vida desarmado, y, claro, así es muy difícil luchar contra ese ejército español, que se nutre de sudacas, sargentos chusqueros y cabras legionarias, pero que puede presentar una estrategia militar algo más agresiva que el melifluo tiki-taka.
Las palabrotas más salvajes. Su tartamudeo. El viaje a Mallorca. El chándal. Sus amigos, tan extraños. Deportes Brasil. Ese tiempo muerto en Gelida: "váis a perder la liga, haced lo que queráis". El viaje a Cuenca. El campeonato de España en La Palma. Su enfado con José María. Los coches. Las zapatillas Simod. El bigote y su barriga. "Francisco, Fernando, Pedro y Carlos". Y, claro, Rafa de portero. Per Nadal, esport i Barça. La comida en El Ciervo por haber ganado a la Peña Barcelonista Gol 3000. Ricardo Arenys. Marc, Jordi, Ívan y Rául. El Chiqui. Dani, Xevi y David Romero. El primer partido: perdimos 14-0 contra la Renfe. Sus misteriosas desapariciones. Brasil. Convocarnos a entreno y no aparcer. El Autocorb de los viernes. Partidos en La Fargueta (el Oliva!). Partidos contra San Andrés, Vetalba, Santa Coloma y Los Tropezones. Tangana en Golo-Golo. Ganar el torneo de fútbol 11. Ganar la Liga. Fátima. Las promesas incumplidas. Las promesas que cumplió. Los mejores años de nuestra vida.
Hay una ley que prohibe las corridas de toros en Cataluña. Me parece bien. No tengo argumentos sólidos para justificar la prohibición, es casi una cuestión estética. No recurriré a los tópicos que usan los antitaurinos, pues sus justificaciones son bastante endebles. Tampoco me convencen las excusas de los taurinos, que suelen a apelar a la tradición o, lo que es peor, a la libertad. Generalmente, los dos bandos utilizan argumentos que decaen por sí mismos.
El asunto, en verdad, no me preocupa demasiado. No me gustan las corridas pero tampoco me molestan especialmente. Más bien me traen sin cuidado. Pero claro, A. me envía la Ley de la prohibición, y uno, sin querer, se la lee y se topa con su preámbulo asombroso (lo del legislador catalán y los preámbulos ya es vicio):
" (...) Todos estos antecedentes trazan un camino que muestra los cambios en la relación entre los humanos y los demás animales hacia una visión fundamentada, entre otros motivos, en evidencias científicas, como la proximidad genética entre especies, o el hecho de que, al fin y al cabo, todos los animales somos el resultado de procesos evolutivos paralelos. El toro («Bos taurus») es un animal mamífero con un sistema nervioso muy próximo al de la especie humana, lo que significa que los humanos compartimos muchos aspectos de su sistema neurológico y emotivo.
La consideración del toro como un ser vivo capaz de sufrir ha arraigado en el sentimiento de la sociedad catalana (...)".
Etcétera.
Esta retórica lamentable tiene como único fin demostrar que la prohibición se basa en motivos puramente humanísticos, por decirlo de alguna manera. Vamos, que no se vaya a creer nadie que en Cataluña prohibimos las corridas porque pueden tener alguna connotación española. Pero aquí nos conocemos todos, y un poco más adelante, en el propio decreto encontramos este mojón:
"Quedan excluidas de estas prohibiciones las fiestas con toros sin muerte del animal (correbous) en las fechas y localidades donde tradicionalmente se celebran. En estos casos, está prohibido inferir daño a los animales."
Es tan fácil desmontar la contradicción nacionalista que se han visto obligados a añadir la coletilla exculpatoria: en los correbous "está prohibido inferir daño a los animales".
No voy a añadir casi nada más. Me intriga saber, no obstante, cómo se lo van a montar, por ejemplo, en Ulldecona:
II
A. también me pasa el decreto que obliga a los profesores universitarios a acreditar un nivel mínino de catalán para poder impartir clase en las universidades catalanas. El meollo del asunto está en el artículo 4 (que no traduzco):
"El nivell mínim de coneixement lingüístic exigible a les universitats públiques ia les universitats privades, tant en l’expressió oral com escrita, serà el que assegurila competència del professorat per participar amb adequació i correcció a les situacionscomunicatives que requereixen les tasques acadèmiques, de manera quequedin garantits els drets lingüístics dels estudiants."
Montilla y nuestro conseller Huguet, con ese tonillo nervioso tan característico, se han apresurado a negar que el decreto tenga efectos disuasorios. No se lo creen ni ellos. Esta normativa tiene como único fin la disuasión, que los profesores univesitarios catalanes no tengan verdadera competencia, pues son unos mediocres de manual. Todo funciona así en Cataluña, donde tenemos los peores jueces de España, la peor educación de Europa y, en breve, la peor universidad del mundo.
Es el mecanismo nacionalista, creador y beneficiario de una miserable casta de gentuza analfabeta.
Los sabios
III Después de lo anterior, temía haberme convertido en un españolista. Creo que de momento puedo respirar tranquilo, aunque sólo sea por lo que dice el profesor Ovejero:
"Cuando alguien me espeta: «Usted es españolista», le digo: oiga, yo no estoy defendiendo en Cataluña que la enseñanza sea exclusivamente en castellano —que sería la traducción—; yo no estoy defendiendo que la Administración me trate sólo en castellano —que sería la traducción—; y no defiendo que recuperemos las colonias —que sería lo equivalente a los «paisos catalans»—".
Qué mal nos caía Fignon, cómo lo odiábamos. Y lo que nos reímos en el 89, cuando perdió el Tour por ocho segundos: preferimos al cretino yankee antes que al gabacho maleducado.
Pero nos equivocábamos. Fignon era el bueno: chulo, rebelde y con clase, como acostumbran a ser los héroes.
Hace ya quince años que Induráin ganó su quinto Tour de Francia. Como dijo Javier García Sánchez, España nunca entendió a Indurain, un tipo que, en cierto modo, nos enseño a ser más adultos.